27/1/09

Kamikaze por la Vida

Volando, volando...

Se asomó a la ventanilla. El suelo se veía a miles de metros de distancia. Desde aquella altura, cualquiera se lo pensaría.
Pensó que allí arriba se estaba bien. No tenía porqué hacerlo. Se relajaría, observaría las cosas desde arriba.
Desde las nubes.
Allí todo estaba bien y perfecto. Y tranquilo. Sin sobresaltos. Como mucho, unas leves turbulencias.

Pero...

¿Ya está?
Se levantó. Fue hacía un lado del avión y abrió la puerta.
La fuerza de succión casi lo arrastraba. El piloto gritó algo desde la cabina. La única tripulante con la que viajaba se asustó.
Miró al vacío. Era realmente acojonante.
Alguien le tendió el macuto. Él miró la mochila y luego otra vez por la puerta abierta.
Ante la mirada aterrada de todos, sonrió.
Con esa sonrisa de loco que solía poner. Esa que hacía que todos temieran lo que haría después.

Y riendo desquiciado, saltó.

El aire le daba bofetones en la cara.
La adrenalina le subía como nunca.
La caída estremecía cada parte de su cuerpo.
Sentía la aceleración y la cabeza se le quedaba maravillosamente en blanco.
Volaba a una velocidad increíble. Era un torpedo. Un misil aire-tierra.

Y el cielo, que veía ese proyectil humano que nada podía parar, no hizo más que escuchar con asombro sus carcajadas.

Y reía y reía. Era maravilloso. Emocionante. Nunca se había sentido tan lleno. Tan enormemente VIVO.

El suelo se acercaba cada vez más. El choque era inminente.
Recordó el paracaidas que había dejado atrás. Ya daba igual.
Cerró los ojos. Abrió todo el cuerpo. Era misil kamikaze contra el mundo.
PUM!!
.
.
.
Algo había ido mal. El mundo no estaba hecho añicos. Y él no estaba muerto.
Se quedó allí tirado días. No había nadie para ayudarlo.
Poco a poco, se levantó. Los huesos dolían, hechos astillas. La piel estaba hecha jirones. La sangre seca tenía el color de la tierra.

Comenzó a andar. Se dirigía al aeropuerto más cercano.
Se juró que no volvería a saltar. Que no volvería a arriesgarse por esa experiencia mágica.


Y recordando todas las veces que lo había prometido ya, sonrió.

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