14/4/10

The Rocker

Lo reconocí un día en los bares. Seguía rockanroleando, con la guitarra al hombro y sus largas melenas. Me contó como había sido su vida hasta entonces, desde el día en que nos vimos por última vez.
Conciertos en donde fuera. Ensayos en cualquier sótano. Amores rotos al amanecer. Botellas vacías antes de la madrugada. No pude menos que mirarle con nostalgia y recordarnos años atrás.
Recordé un chaval acorralado por sus responsabilidades, presionado por su padre y perseguido por su pasado y su futuro. Ese largo pelo que ocultaba una cabeza llena de ideas y una expresión digna de Poe, que pasaba las tardes escuchando música y acariciando su acústica. Y recordé cuando le veía tocar en sus conciertos o en los ensayos de sótano: partía su mundo en pedazos con su eléctrica a todo volumen y dominaba las cuerdas como un amante deseoso de ellas. Ellas le correspondían con un éxtasis, una euforia y una vitalidad que no he vuelto a ver en nadie más. Y así creaba su aura, eléctrica, que nos envolvía a todos y nos transmitía energía, fuerza y ganas de vivir. Recuerdo mi juventud plagada de esos momentos.
No había cambiado mucho. A pesar de los años, seguía con su eterna amante de seis cuerdas adonde iba y su cigarro de tiempo en la boca, gastándolo lenta y relajadamente.

-¿Y qué tal te va?
-Pues una mierda, tío. De aquí para allá, buscando trabajo y viendo a ver donde duermo.

Pero después de decirme mil veces que llevaba una vida de perro, se subía a tocar.

Y, entonces, el aura volvía.