17/5/18

Be market, my friend

Un buen día se descubrió, y ya nadie pudo dar marcha atrás. El escasísimo elemento sólo podía obtenerse a partir de aquella materia bruta, y sin él, toda la red de redes se vendría abajo. Internet, que ya era accesible desde todo el globo, dependía absolutamente de las reservas que pudieran encontrarse de aquel raro mineral que ya no podía encontrarse en casi en ninguna parte.

Hasta que se descubrió dónde.

Bajo Madrid, París, Londres, Berlín, Nueva York y algunas ciudades más, se encontraban las únicas grandes vetas de aquel preciado mineral. Era necesario, pues, excavar las calles, cavar bajo los edificios, montar estructuras de extracción... para que la sociedad tal y como la conocemos pudiera seguir existiendo. Y, claro, quien pudiera controlar la extracción, el refinado y la distribución, tendría en sus manos el recurso más preciado del mundo. Al principio, los gobiernos locales y las empresas extractoras de la zona se frotaron las manos, ya que las concesiones darían mucho dinero al estado, se crearían múltiples puestos de trabajo y las empresas locales harían una fortuna. La riqueza correría a raudales y todo el mundo se enriquecería, directa o indirectamente.

Pero no fue así.

Comenzó en Berlín: un político fue detenido acusado de aceptar astronómicos sobornos por dar una concesión de extracción a una gran multinacional que, curiosamente, meses antes no había realizado ninguna actividad extractora. En París hubo decenas de muertos en unos disturbios a raíz de una protesta de los vecinos de varios barrios que denunciaban que el agua en las zonas de alrededor de la extracción les estaba haciendo enfermar. Londres vio reducida su población a la mitad a causa del exilio masivo resultante al romperse una balsa con residuos tóxicos en el Támesis. Lo de Madrid nadie lo vio venir y fue peor. Movimientos regionalistas tomaron varias ciudades con carros blindados y armamento pesado que nadie sabía de dónde había salido, y la respuesta del Gobierno fue contundente y el ejercito fue enviado a poner orden. Por en medio, a ExxonMobil le fue adjudicada la propiedad de los recursos mineros del territorio. Pero no había motivo para la alarma. Se hicieron ver como casos aislados y los medios dijeron que no había nada de lo que preocuparse.

Era obvio que se equivocaban.

Cinco años más tarde, las vallas de la frontera sur miraban hacia el otro lado. Varios países de Europa estaban en guerra contra rebeldes dentro de sus fronteras, las multinacionales extractoras poseían gran parte del territorio de las islas británicas y al otro lado del Atlántico, chinos, rusos y japoneses lideraban una coalición militar para devolver al pueblo americano la democracia y la libertad de las garras de un presidente que había decidido tomar medidas proteccionistas con los recursos mineros del país. Las bajas en los bombardeos se contaban por miles y los desplazados, por millones.

Al comparecer en las Naciones Unidas (con sede ahora en Nueva Delhi), el nuevo secretario general, nacido en el Congo, ante las peticiones de ayuda y justicia de los países sumidos en el caos, se aclaró la garganta frente al micrófono y dijo:

"Es el mercado, amigo".

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